La arquitectura es también diálogo con la naturaleza. Ante la degradación del medio ambiente, producida por la urbanización, industrialización y densidad, entre otros fenómenos asociados al desarrollo de las grandes metrópolis que caracterizan a las sociedades modernas, la preservación del paisaje es cada vez más necesaria e incluso más ligada a la práctica de la arquitectura.
Al volverse sedentario, el hombre comenzó a apropiarse del espacio. Fue después de adquirir esta nueva condición, que confeccionó la vivienda y los caminos. Para ese momento ya se había dado cuenta que podía aprovechar los beneficios que ofrecía la naturaleza y comenzó también a transformar el paisaje. La gran variedad de plantas que abundan en el planeta condujo al hombre a utilizarlas y manipularlas, dando lugar, aunque sea de manera incipiente, a la arquitectura del paisaje.
El paisajismo ha sido en México, aunque no siempre como disciplina profesional, toda una tradición. Baste recordar la importancia que tuvieron las plazas, jardines y espacios públicos en el México prehispánico, que se utilizaban para realizar actividades de mercadeo, recreo y convivencia, o bien para la oración y consagración.
Cuando llegaron los europeos a las tierras de nuestro continente estudiaron las posibilidades de algunas especies vegetales que resultaban desconocidas para ellos. Misioneros y descubridores se extasiaron contemplando la variedades de plantas del nuevo mundo.
La arquitectura del paisaje ofrece alternativas de bienestar y la oportunidad de crear intervenciones en los espacios más recónditos e inusuales. Su escala de actuación en la creación y recreación del espacio y su disfrute va desde los parques regionales de grandes extensiones, las alamedas y jardines públicos, hasta el microespacio remanente de nuestros territorios cotidianos, patios, azoteas y cubos de luz, ya sea en la casa habitación o el recinto laboral.
Es un hecho que el paisaje nos brinda una lección cuando revisamos todos los elementos que lo componen: extensión, sonido, movimiento, efecto de entrada y de salida, pero también cuando entendemos que la naturaleza es objeto de conocimiento y de expresión estética. El célebre arquitecto Luis Barragán, por ejemplo, mostró creciente preocupación por adaptar las formas de la arquitectura contemporánea a los espacios paisajísticos.
En la actualidad es indispensable realizar una proyección adecuada del paisaje que contribuya a disminuir los efectos negativos que inciden sobre el medio ambiente. Por ello, es cada vez más frecuente y conveniente la intervención de profesionales en paisajismo y ecología que trabajen de manera conjunta con arquitectos y urbanistas.
El paisaje exterior forma, en gran medida, nuestros paisajes interiores. Para todos, las áreas verdes terminan siendo una necesidad, no sólo física sino también intelectual y hasta espiritual. Con el fin de mejorar la calidad de vida humana, la arquitectura del paisaje busca alcanzar la armonización de la obra arquitectónica con la naturaleza y su contexto social.
Tradicionalmente se ha definido a la arquitectura del paisaje como el arte de transformar y organizar los elementos físicos naturales para el disfrute del hombre. Esta idea se ha traducido históricamente en la creación de parques, plazas, jardines, etc. Hoy día, sin embrago, se tiende a integrar la arquitectura del paisaje en la concepción urbanística general, con objeto de estructurar unitariamente los espacios abiertos de las ciudades. Pero no sólo ello, el paisaje en espacios cerrados implica también, como lo afirmó Le Corbusier, la capacidad de rodearnos de emoción poética.
De esta forma, la arquitectura del paisaje ofrece alternativas de bienestar y la oportunidad de crear intervenciones en los espacios más recónditos e inusuales. Su escala de actuación en la creación y recreación del espacio y su disfrute va desde los parques regionales de grandes extensiones, las alamedas y jardines públicos, hasta el microespacio remanente de nuestros territorios cotidianos, patios, azoteas y cubos de luz, ya sea en la casa habitación o el recinto laboral.
El paisaje exterior forma, en gran medida, nuestros paisajes interiores. Para todos, las áreas verdes terminan siendo una necesidad, no sólo física sino también intelectual y hasta espiritual. Con el fin de mejorar la calidad de vida humana, la arquitectura del paisaje busca alcanzar la armonización de la obra arquitectónica con la naturaleza y su contexto social.
Aunque todavía difusa, la arquitectura del paisaje que se ha empezado a practicar en México concibe ya metáforas y paraísos que nos cobijan y regocijan. Si consideramos que la carrera de arquitectura del paisaje fue instituida en Estados Unidos a finales del siglo XIX, y en Inglaterra a principios del XX, y que en nuestro país el estudio del paisaje surgió por primera vez a nivel de especialidad en 1983 y de licenciatura en 1985, nos percataremos que recién se está considerando al paisaje con una nueva perspectiva.
Por otra parte, no es difícil vislumbrar también que los diseños paisajísticos representan una oportunidad en nuestro país, por la enorme riqueza natural del territorio mexicano. Existen amplias posibilidades de que a través de nuestras plantas originarias, que requieren condiciones mínimas de mantenimiento, el diseño mismo favorezca su preservación. Adicionalmente, la diversidad de climas que existen en el vasto territorio mexicano, permite un abanico de ecosistemas entre desiertos, trópicos, bosques, selvas, etcétera.
En la medida que nuestros arquitectos de paisaje conciban que desde la naturaleza se rescata el diseño y desde el diseño a la naturaleza, será la medida en que se logre el éxito.
Txt: Elizabeth Barragán